lunes, 26 de mayo de 2014

Criaturas de la noche: quiénes están detrás del street art porteño

Se hacen llamar vandals; pintan los vagones de subte de manera clandestina, burlando la seguridad o escapando de ella; entre el arte urbano y la ilegalidad, lo que los motiva es el riesgo; esta nota se publicó originalmente en la revista Brando.



Por Malén Vázquez

Durante tres meses Soer fue al mismo lugar. Bajó al subte y miró cómo entraban los trabajadores, a qué hora cerraban las puertas, qué días estaba la policía. Caminó por los andenes pensando cómo entrar cuando cerrara el servicio, cómo huir, cuánto tiempo iba a poder quedarse antes de que lo descubrieran. Un día decidió que ese era un buen lugar. Y esa misma noche pintó su nombre en letras rojas cubriendo tres vagones enteros de la línea D.

Pintar grafitis clandestinos es hacer bombing: cubrir la ciudad con letras veloces, como una mecha encendida, que brotan de las paredes y bajan por las escaleras mecánicas hasta cubrir por completo los vagones del subte. Cuando el gobierno nacional trasladó el servicio de subterráneos a la ciudad, la vigilancia en las estaciones se suspendió durante semanas. Fue entonces cuando los vagones empezaron a aparecer cubiertos de grafitis. Los grafiteros vieron que sus obras perduraban y se entusiasmaron.
Entre el arte urbano y la ilegalidad, lo que los motiva es el riesgo.  Foto:  Nicolás Janowski

En Buenos Aires hay unos diez grupos de grafiteros activos que pintan subtes: es decir que pintan entre dos y cinco veces por semana. Pintan a lo largo de casi cincuenta kilómetros de túneles sobre vagones que transportan más de un millón y medio de personas por día.

Soer gastó mil ochocientos pesos en su grafiti clandestino de la línea D. Y quedó satisfecho.

- Vos pintás una pared en una esquina de un barrio cualquiera y la ven sesenta personas. Pintás en la esquina de Cabildo y Juramento y la ven cinco mil personas. Pintás el subte y lo ven un millón y medio de personas por día. La imagen queda en la retina. Es como una bombita que explota -dice Soer y mueve las manos haciendo un gesto de explosión. Soer es alto y de espaldas anchas. Está vestido con un buzo Lacoste naranja y azul eléctrico. Cuando ríe, se le achinan los ojos y se le notan algunas cicatrices finas en el rostro y en los nudillos. Tiene veinticinco años, pero pinta desde los quince. Al principio rayaba vidrios con un amigo a escondidas para que su madre no se enterara. Iba a Easy y compraba unas pocas latas de aerosol Kuwait. Después se dio cuenta de que podía robar, así que se metía tres latas en la panza y salía. Después se dio cuenta de que podía robar más, así que se llevaba una calza y robaba seis. Después se dio cuenta de que podía robar un poco más, y empezó a llevarse bolsos con treinta aerosoles.
Entre el arte urbano y la ilegalidad, lo que los motiva es el riesgo.  Foto:  Nicolás Janowski
En Argentina una lata de industria nacional -marca Kuwait- sale unos veinticinco pesos. La marca preferida por todos es la Montana -industria española-, pero cada lata cuesta cuarenta y no siempre es fácil importarla.

- Hoy gano bien, soy un pibe grande y me doy el gusto de no robar porque me parece muy estúpido caer por robar un aerosol -dice Soer, que creció en Palermo y estudió Diseño Gráfico en la UBA durante un año y medio. Ahora trabaja en el negocio familiar y recibe encargos de un estudio de diseño para hacer trabajos relacionados con el grafiti.

El bombing vandal empezó en Estados Unidos. Los jóvenes del Bronx que crearon el hip-hop encontraron en el aerosol un arma para dejar su huella en una Nueva York que intentaba desplazarlos. Los grafiteros neoyorquinos se llamaban a sí mismos "escritores" y empezaron a pintar el metro como un juego de provocación entre bandas. Cada bomba era -y sigue siendo- una marca que dice yo estuve aquí.
Foto:  Nicolás Janowski
- El grafiti es para los grafiteros -dice Soer. Es una competencia. Hoy todos los grafiteros saben que si encuentran un lugar vacío en su barrio tienen que pintarlo esa misma noche. Si no se pinta rápido, otro grupo va a pintar en ese spot. Y ningún grafitero quiere que le pinten su barrio. Soer suelta nombres raros con notable naturalidad. Habla de bomba, panel, tag. Y, en algún momento, explica. Para hacerlo, escribe su nombre en un cuaderno de tres maneras diferentes en menos de un minuto. No se detiene a pensar lo que está haciendo. Explica que una bomba es como un grafiti rápido que no lleva más de dos colores.

- Alguien que sabe lo hace en un minuto y medio. La bomba es tu firma maximizada. Después está el flop, que es lo mismo, pero solo la estructura. Después tenés el tag, que es la firma. Y, dentro del tag, vos podés tener varias agrupaciones. Yo soy de B2 y 031. Esas son mis crews, mis grupos -dice mientras agrega detalles con sombras y gotas que alteran las dimensiones de la hoja en blanco. Cuando termina sonríe disconforme, devuelve el cuaderno y dice "masomenos".

Para pisar -tapar- el grafiti de otro y seguir siendo respetado hay que cumplir con los códigos: una bomba puede taparse con un cromo, que lleva relleno plateado. Un cromo puede taparse con una pieza, que es un grafiti con colores y más elaborado. Y una pieza puede cubrirse con un end to end, un grafiti que va de punta a punta del vagón. Un end to end puede pisarse con un whole car -vagón entero-. Y un whole car, con un whole train -tren entero- o triple whole car -tres vagones enteros-. Lo que hizo Soer en la línea D es un triple whole car. Una hazaña que apuntala su reputación entre los grafiteros vandals.

- Te tenés que hacer respetar. Si te dejás pintar la cabeza, cagaste. El grafiti real, dice Soer, es el vandal. Los murales se pueden hacer a la luz del día y pidiendo permiso. Y ya no se trata de marcar un territorio escribiéndole el nombre, sino de dibujar algo que fue diseñado con anterioridad y que puede pintarse lentamente. Aunque no le guste el muralismo, Soer reconoce que cuando está pintando una pared y aparece el dueño de casa le dice que está haciendo una intervención artística.

- El muralismo está bien visto. Si le decimos a la señora de la casa que somos estudiantes de arte y que estamos tratando de renovar el muro, se convence y nos trae algo para tomar. Después de pintar el triple whole car de la línea D Soer se fue. Viajó a Europa para escribir su nombre en los trenes y subtes de Inglaterra, Francia, España y Alemania junto con sus amigos de la crew 031. Ese es el viaje de coronación para cualquier grafitero vandal: conseguir un boleto InterRail y pintar los trenes que suelen ver por YouTube.

Fuente: lanacion.com

1 comentario:

  1. Nenes de mamá que tienen todo servido y no hacen nada productivo, primero fue delincuente juvenil robando pintura y ahora es un delincuente que destruye el patrimonio de toda una sociedad, dan asco y bronca, por ellos por ser tan idiotas y por que nadie hace nada por detenerlos. Quien le hizo la nota tendría que haber ido a una fiscaliza y denunciarlo, no hay que hacerle mas notas y así irán desapareciendo al ver que nadie les da bolilla y si los encuentran los repudian.Estas lacras que encima se siente superiores a la mayoría de sus semejantes. ASCO ASCO ASCO

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